martes, 26 de marzo de 2013

El elefante encadenado

Esta historia nos la cuenta carlos:


Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de raíz con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir. ¿Qué lo mantiene? ¿Porqué no huye?
Cuando era chico, pregunte a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia… - Si está amaestrado, ¿porqué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta.
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. En aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo.
La estaca, era ciertamente, muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a intentar, y también el otro, y el que seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque CREE QUE NO PUEDE. El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor, es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente si podía. Jamás.... jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.
Y tu, tienes algo de elefante? Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo: No puedo... No puedo y nunca podré. Muchos de nosotros crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. La única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento TODO TU CORAZÓN.



La Historia del Burro

Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer.

Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.

Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo.

El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas de tierra.

El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio... con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: Se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra.

Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando...

La vida va a tirarte tierra, todo tipo de tierra... el truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más profundos huecos si no nos damos por vencidos...

¡¡¡Usa la tierra que te echan para salir adelante!!!

Recuerda las 5 reglas para ser feliz:


Libera tu corazón del odio.
Libera tu mente de las preocupaciones.
Simplifica tu vida.
Da más y espera menos.
Ama más y... sacúdete la tierra porque en esta vida hay que ser solución, no problema



 

El dedo anular

¿Sabes por qué el anillo de compromiso o de matrimonio se pone siempre en el cuarto dedo de la mano? No es porque lo llamemos anular, sino más bien a la inversa.
 
La explicación está en una leyenda China que nos desvela exactamente el significado de cada dedo de la mano, y por tanto, la importancia de cada uno de ellos en nuestras vidas.

Los pulgares representan a nuestros padres, mientras que los índices representan a nuestros amigos y hermanos. El dedo anular nos representa a nosotros mismos está en el centro, es el más grande… El dedo anular representa la unión con nuestra pareja, y por último, el dedo meñique, a los hijos.
Ahora deben hacer un esfuerzo físico y juntar las dos palmas de la mano, palma con palma, y hunir los dedos. Una vez conseguido el primer reto, deben intentar separar los pulgares. Efectivamente, pueden hacerlo, y es que nuestros padres no están destinados a vivir con nosotros toda la vida. Ahora, intenten lo mismo con los dedos índices. Exacto, también podueden separarlos, ya que nuestros amigos y nuestros hermanos tienen vidas propias y cada uno seguirá finalmente su camino. Al intentarlo con los dedos meñiques, vemos que también es posible separarlos, y es que nuestros hijos, cuando crezcan, seguirán su propio camino.
Sin embargo, al intentar separar de la misma manera los dedos anulares esos que representaban a nuestra pareja, vemos que no podemos. Según la creencia oriental, esto es debido a que nuestra pareja sí está destinada a convivir con nosotros el resto de nuestra vida, por lo que el anillo que nos une a esa persona, debe estar en ese dedo.

"El aguila"

Un hombre halló en el bosque un polluelo de águila caído del nido. Lo llevó a su casa, y lo crió en el corral entre las gallinas, patos y pavos como si fuera una de esas aves. Pasaron cinco años. Un día un naturalista llegó a la casa del hombre y visitó el corral.
El Naturalista le dijo al dueño del águila: ¡Hombre! -- ¿Qué hace allí esa águila entre las gallinas?-No es águila— respondió el hombre No ¡es gallina!. Es verdad que cuando la encontré era águila, pero la he criado entre las gallinas y aunque sus alas miden ocho pies de punta a punta, jamás podrá volar. ¡Ya no es más que una gallina!.
-Pues no — replicó el naturalista, todavía tiene el corazón de águila, y yo la haré volar algún día. Convinieron entonces que en cierto momento, el naturalista haría la prueba. Tomando este al águila la sacó del corral, la llevó al aire libre y le dijo ¡Águila, no lo olvides! Eres un águila, no una gallina. Perteneces al cielo, y no a la tierra. Dios te dio esas alas poderosas para volar. ¡Extiéndelas, y vuela!
Pero el águila no hizo caso. Volvió corriendo al corral, a meterse entre las gallinas. –Te dije que era gallina..—comentó con sonrisa el dueño. ¡Pues, ya verás! ¡Ya verás que es águila! repuso el naturalista.
Día tras día, con paciencia infinita, el naturalista repetía el experimento y la exhortación. Tímidamente al principio, y con más resolución después, el águila comenzó a extender y mover sus poderosas alas. Un día, al salir el sol, el águila miró de frente su deslumbradora luz. Se estremeció de patas a cabeza como si un choque eléctrico la sacudiera. Alzó la gallarda cabeza, brillaron sus penetrantes ojos, extendió sus alas magníficas, y al fin voló, arriba, más arriba, siempre arriba, hasta perderse en el esplendoroso azul. Era, en efecto un águila.
He aquí toda una parábola. Nosotros los seres humanos somos como el águila.
Yo diría que somos casi polluelos de ángel. Pero nos criamos entre gallinas, entre sapos, lagartijas, caracoles y demás sabandijas que se arrastran por el suelo. Dios nos ha dado estupendas alas para volar a las alturas, pero nosotros las mantenemos plegadas, y como gallinas nos conformamos con cloquear y comer granillos del suelo.
Hasta que un día, la Luz deslumbradora de Cristo penetra en nuestra alma, y entonces sí extendemos las alas y nos elevamos por sobre tanta miseria y abandono. ¡Cristo es la Luz del mundo y el salvador del alma humana! Mírale a El, Obedécele y su Luz te embriagará y llenará tu ser interior, y cuando esa Luz te penetra, ya no hay dudas, ni temores, ni complejos. Somos lo que somos creados a imagen y semejanza de Dios, hechos para Su Gloria. ¡Atrévete a volar!



                                                      Un hombre halló en el bosque un polluelo de águila, caído del nido. Lo llevó a su casa, y lo crió en el corral entre las gallinas, patos y pavos, como si fuera una de esas aves. Pasaron cinco años. Un día un naturalista llegó a la casa del hombre y visitó el corral.
El Naturalista le dijo al dueño del águila: ¡Hombre! -- ¿Qué hace allí esa águila entre las gallinas?-No es águila— respondió el hombre, No ¡es gallina!. Es verdad que cuando la encontré era águila, pero la he criado entre las gallinas y aunque sus alas miden ocho pies de punta a punta, jamás podrá volar. ¡Ya no es más que una gallina!.
-Pues no — replicó el naturalista, todavía tiene el corazón de águila, y yo la haré volar algún día. Convinieron entonces que en cierto momento, el naturalista haría la prueba. Tomando este al águila la sacó del corral, la llevó al aire libre y le dijo ¡Águila, no lo olvides! Eres un águila, no una gallina. Perteneces al cielo, y no a la tierra. Dios te dio esas alas poderosas para volar. ¡Extiéndelas, y vuela!
Pero el águila no hizo caso. Volvió corriendo al corral, a meterse entre las gallinas. –Te dije que era gallina..—comentó con sonrisa el dueño. ¡Pues, ya verás! ¡Ya verás que es águila! repuso el naturalista.
Día tras día, con paciencia infinita, el naturalista repetía el experimento y la exhortación. Tímidamente al principio, y con más resolución después, el águila comenzó a extender y mover sus poderosas alas. Un día, al salir el sol, el águila miró de frente su deslumbradora luz. Se estremeció de patas a cabeza como si un choque eléctrico la sacudiera. Alzó la gallarda cabeza, brillaron sus penetrantes ojos, extendió sus alas magníficas, y al fin voló, arriba, más arriba, siempre arriba, hasta perderse en el esplendoroso azul. Era, en efecto un águila.
He aquí toda una parábola. Nosotros los seres humanos somos como el águila.
Yo diría que somos casi polluelos de ángel. Pero nos criamos entre gallinas, entre sapos, lagartijas, caracoles y demás sabandijas que se arrastran por el suelo. Dios nos ha dado estupendas alas para volar a las alturas, pero nosotros las mantenemos plegadas, y como gallinas nos conformamos con cloquear y comer granillos del suelo.
Hasta que un día, la Luz deslumbradora de Cristo penetra en nuestra alma, y entonces sí extendemos las alas y nos elevamos por sobre tanta miseria y abandono. ¡Cristo es la Luz del mundo y el salvador del alma humana! Mírale a El, Obedécele y su Luz te embriagará y llenará tu ser interior, y cuando esa Luz te penetra, ya no hay dudas, ni temores, ni complejos. Somos lo que somos creados a imagen y semejanza de Dios, hechos para Su Gloria. ¡Atrévete a volar!


El conejo y el perro

Un señor le compró un conejo a sus hijos. Los hijos del vecino, le pidieron una
mascota al padre. El hombre compró un cachorro de pastor alemán.

El vecino exclamó:


- Pero él se comerá a mi conejo!

- De ninguna manera, mi pastor es cachorro.

Crecerán juntos, serán amigos. Yo entiendo mucho de animales. No habrá
problemas. Y parece que el dueño del perro tenía razón. Juntos crecieron y
amigos se hicieron. Era normal ver al conejo en el patio del perro y al revés.
Los niños felices observaban cómo ambos vivían en armonía.

Un viernes el dueño del conejo fue a pasar un fin de semana en la playa con su
familia. El domingo a la tardecita el dueño del perro y su familia tomaban
una merienda cuando entra el pastor alemán a la cocina. Traía al conejo entre
los dientes sucio de sangre y tierra... muerto. Casi mataron al perro de tanto
agredirlo.

Decía el hombre:
- El vecino tenía razón ¿y ahora?

La primera reacción fue pegarle al perro, echar el animal como castigo. En unas
horas los vecinos iban a llegar. - ¿Qué hacemos? Todos se miraban. El perro
llorando afuera lamía sus heridas.

- ¿Pensaron en los niños y en su dolor?

No se sabe exactamente de quien fue la idea pero dijeron:

- Vamos a bañar al conejo, dejarlo bien limpio después lo secamos con el
secador y lo ponemos en su casita en el patio. Como el conejo no estaba en muy
mal estado así lo hicieron. Hasta perfume le pusieron al animalito. Quedó
bonito "parecía vivo" decían las niños.

Y allá lo pusieron con las piernitas cruzadas, como si estuviese durmiendo.
Luego al llegar los vecinos se sintieron los gritos de los niños. ¡Lo
descubrieron! No pasaron ni cinco minutos que el dueño del conejo vino a tocar
a la puerta. Blanco asustado.

Parecía que había visto un fantasma.
- ¿Qué pasó? ¿Qué cara es esa?
- El conejo... el conejo...
-¿El conejo qué? ¿Qué tiene el conejo?
- ¡Murió!
- ¿Murió?
- ¡Murió el viernes!
- ¿El viernes?
- ¡Fue antes de que viajáramos los niños lo enterraron en el fondo del patio!


La historia termina aquí. Lo que ocurrió después no importa. Ni nadie lo sabe.
El gran personaje de esta historia es el perro. Imagínense al pobrecito, desde
el viernes, buscando en vano por su amigo de la infancia.

Después de mucho olfatear descubrió el cuerpo enterrado. ¿Qué hace él?
Probablemente con el corazón partido
 desentierra al amigo y va a mostrárselo a
sus dueños imaginando poder resucitarlo.
El hombre tiene la tendencia a juzgar anticipadamente los acontecimientos sin
verificar lo que ocurrió realmente.

¿Cuántas veces sacamos conclusiones equivocadas de las situaciones y nos
creemos dueños de la verdad?



El Sabio y El Turista


Se cuenta que en el siglo pasado, un turista americano fue a la ciudad de El Cairo Egipto con la finalidad de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuartito muy simple y lleno de libros.
 
Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.
¿Dónde están sus muebles? preguntó el turista.
Y el sabio rápidamente también preguntó: ¿Y dónde están los suyos...?
¿Los míos? se sorprendió el turista. ¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso!
Yo también... concluyó el sabio. "La vida en la tierra es solamente temporal... sin embargo algunos viven como si fueran a quedarse aquí eternamente y se olvidan de ser felices"

1. Dios no te preguntará qué modelo de auto usabas te preguntará a cuánta gente llevaste.

2. Dios no te preguntará los metros cuadrados de tu casa te preguntará a cuánta gente recibiste en ella.

3. Dios no te preguntará la marca de la ropa en tu armario te preguntará a cuántos ayudaste a vestirse.

4. Dios no te preguntará cuán alto era tu sueldo te preguntará si vendiste tu conciencia para obtenerlo.

5. Dios no te preguntará cuál era tu título te preguntará si hiciste tu trabajo con lo mejor de tu capacidad.

6.Dios no te preguntará cuántos amigos tenías te preguntará cuánta gente te consideraba su amigo.
7. Dios no te preguntará en qué vecindario vivías te preguntará cómo tratabas a tus vecinos.

8. Dios no te preguntará el color de tu piel te preguntará por la pureza de tu interior.

9. Dios no te preguntará por qué tardaste tanto en buscar la Salvación te llevará con amor a tu casa en el Cielo y no a las puertas del Infierno.

10. Dios no te preguntará a cuántas personas enviaste este mensaje te preguntará si te dio verguenza hacerlo.



La chica de las galletitas


Una chica estaba aguardando su vuelo en la sala de espera de un aeropuerto. Como debía esperar un largo rato decidió comprar un libro y un paquete de galletas. De vuelta de la tienda se sentó en uno de aquellos bancos corridos y empezó a leer. Pasó un tiempo y un hombre se acercó hacia su banco. Se sentó a su lado. Entre medio quedaban las galletas, el bolso de la muchacha y los abrigos de ambos.El hombre abrió una revista y comenzó a leerla.

La chica casi sin mirar alargó la mano y tomó una galleta. Al momento el hombre también tomo otra. Ella se sintió indignada porque aquel hombre le quitara sus galletas sin pedirle permiso, pero no dijo nada. Pensó: "Qué sinverguenza".

Cada vez que ella tomaba una galleta, el hombre tomaba otra. Esto le enfurecía tanto que no conseguía concentrarse en la lectura, pero tampoco reaccionar. Cuando sólo quedaba una galleta pensó: "¿Qué hará ahora este abusador?"... Y el hombre, dividió la galleta y le dio a ella una mitad, mientras él se comía la otra media.

Aquello a la muchacha le pareció demasiado. Empezó a sudar de rabia, cerró su libro, agarrò sus pertenencias y se dirigió a su puerta de embarque. Cuando se sentó en el avión, buscó en su bolso el celular para apagarlo y para sorpresa suya… ahí estaba su paquete de galletas. Intacto.

Sintió una gran verguenza al darse cuenta de su error. ¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas en su bolso! y el hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado ni alterado y ya no había tiempo ni posibilidades para explicarlo ni pedir disculpas pero Si para razonar.